La voluntad del gudari by Gaizka Fernández Soldevilla
autor:Gaizka Fernández Soldevilla [Fernández Soldevilla, Gaizka]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2015-12-31T16:00:00+00:00
VI. CONCLUSIONES
A lo largo de su larga historia ETA y el nacionalismo vasco radical han clasificado a diversos individuos o colectivos como traidores a causa de sus discrepancias ideológicas, el abandono de las armas o la colaboración con las autoridades. En todos estos casos, como señala Mikel Azurmendi, se consideraba que se habÃan pasado al enemigo secular de la patria, por lo que dejaban de ser vascos genuinos para mutar en «españolistas» o sencillamente «españoles»[50]. En otras palabras, aquellos traidores habÃan renunciado a su propia identidad nacional para sustituirla por la peor imaginable. Lesa patria, la patria quedaba herida. Para curarla, para restaurar el orden natural de las cosas, los renegados debÃan pagar su abyecto crimen. Y no de cualquier manera, sino mediante un castigo ejemplarizante que cortase de raÃz la reproducción del fenómeno: estigmatización, exclusión social, ostracismo, violencia verbal y fÃsica y, en último extremo, el asesinato. Literalmente, la letra con sangre entra. A fin de cuentas, el terrorismo consiste en acabar con la vida de una persona para que otras mil tengan miedo. Ãnicamente asà se podrÃa mantener la disciplina y la cohesión del movimiento, acabar con la iniciativa individual, intimidar a la militancia y acallar al disidente.
Y funcionó. Para comprender hasta qué punto la didáctica del miedo fue útil basta con comparar los debates horizontales y las múltiples desavenencias habidos en EE con la rÃgida, jerárquica y militarizada unanimidad de la «izquierda abertzale» tradicional. La disciplina se mantuvo en ETAm, al menos hasta la captura de su cúpula en Bidart (1992), y, pese a que no hubo «ejecuciones» en su seno, el terror también obró su efecto en la rama civil del ultranacionalismo. Tal y como mantiene Mikel Arriaga, en HB «la formalización de heterodoxias colectivas» no encontró «viabilidad, momento y espacio de negociación», ya que «cuando excepcionalmente afloran brotes individuales o minoritarios de heterodoxia activa son arrancados de raÃz, arrojados a la orilla y fugazmente distanciados y perdidos de vista». El caso más conocido fue el de Txomin Ziluaga, quien desde 1978 ocupaba la secretarÃa general de HASI, Herriko Alderdi Sozialista Iraultzailea (Partido Socialista Revolucionario del Pueblo), formación sobre la que pivotaba la coalición abertzale. En 1987, tras el atentado indiscriminado en el centro comercial Hipercor de Barcelona que costó la vida a 21 personas, sugirió a la banda que se tomara «unos meses de vacaciones». Como escarmiento, los milis decretaron que Ziluaga fuera destituido de su cargo y después expulsado de HASI. Le acompañaron muchos de sus partidarios, pero procuraron no molestar a los etarras. A decir de Florencio DomÃnguez, ETAm «les obligó a mantenerse en silencio, sin hacer públicas las circunstancias en que se habÃa desarrollado la crisis. La mitad de los militantes abandonaron el partido, sin que ninguno de ellos dijera esta boca es mÃa o se planteara organizar otra formación»[51]. SabÃan muy bien lo que les esperaba de haberse atrevido a hacerlo. De hecho, en la «izquierda abertzale» no hubo ninguna disidencia significativa hasta la aparición de la corriente crÃtica Aralar, dirigida por Patxi Zabaleta, que se escindió para conformar su propio partido en 2001.
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